domingo, 16 de enero de 2011

AUNG SAN SUU KYI




La “Mandela Asiatica”, como es conocida en muchos lugares Aung Su KYI, dama sexagenaria de aspecto frágil  que ha mantenido en jaque, durante dos décadas, a los generales que gobiernan Myanmar, antigua Birmania. La vida de esta mujer ha estado marcada por la tragedia, el aislamiento y las privaciones.

Nacida en Rangún el 19 de junio de 1945, es hija de Aung San, héroe nacional que firmó en 1947 el tratado de independencia con el Gobierno británico antes de ser asesinado. Tras diplomarse en Oxford, trabajar en la Secretaría de las Naciones Unidas y ser profesora en la India, Aung San Suu Kyi regresó a Birmania en 1988 y participó en el "segundo combate en pro de la independencia nacional". Este combate se inspiró en el ejemplo pacífico de Gandhi y en su fe budista, que le llevó a propugnar una "revolución del espíritu que se manifiesta mediante el reconocimiento de la necesidad del diálogo y la compasión por los más humildes".

A pesar de estar arraigada en la tradición birmana, supo evitar las manipulaciones nacionalistas basando su lucha en "los principios sagrados de la moral", insistiendo en la necesidad de reconciliar a las etnias de su país, profundamente divididas.

Aung Suu Kyi ha pasado 15 años aislada en su casa de Myanmar, nunca aceptó el exilio que le ofrecían los militares a cambio de su silencio.

Durante su aislamiento escribió el libro  "Cartas desde Birmania":
En el capítulo titulado “Una vida Normal” Dice:

Hace poco, cuando una amiga me preguntó cómo me iban las cosas desde que las autoridades habían empezado a sitiar mi casa periódicamente, le contesté que me iban bien, que seguía llevando mi vida normal. Ella se echó a reír: “La tuya no es una vida normal. De hecho, ¡es de lo más anormal! Y yo no pude sino echarme a reír también.

Supongo que, a algunas personas, la clase de vida que llevo les parecerá muy extraña, pero es una vida a la que ya me he acostumbrado, y no es más extraña que muchísimas de las cosas que suceden en Birmania. A veces, cuando paseo por el jardín, mientras afuera en la calle aislada del resto de la ciudad, reina el silencio, mis colegas y yo nos decimos que si escribiéramos una novela con nuestras experiencias, la gente la criticaría diciendo que es una historia demasiado inverosímil".

Acaba el capítulo con estos dos párrafos:

Las personas que visitan mi país suelen elogiar la amabilidad, hospitalidad y el sentido del humor de los birmanos. De ahí que se pregunten cómo es posible que un régimen brutal, autoritario y, desde luego, falto de humos pueda haber surgido de un pueblo así. Habría que escribir toda una tesis para responder de manera exhausta a esta pregunta, pero resumiendo, podría afirmarse, Birmania es, en efecto, una de esas tierras llenas de encanto y de crueldad a la vez. Dado que compartimos una misma esperanza, un mismo sufrimiento y una misma lucha, he hallado más calor, más amor incondicional, más ternura, más coraje y más afectuosa preocupación entre mi pueblo que en cualquier otro del mundo. Pero es cierto que quienes rezuman odio y rencor, y se deleitan aplastándonos y aniquilándonos, también son birmanos, parte de nuestro pueblo".

"Quién puede llevar una vida normal en un país en que mente y corazón están tan escindidos, Cuando reclamamos la democracia, lo que estamos pidiendo es que se le permita a nuestro pueblo vivir en paz, bajo el imperio de la ley, protegido por unas instituciones que garanticen nuestros derechos, que nos permitan conservar nuestra dignidad humana, sanar unas heridas largo tiempo ulceradas y hacer que florezcan el amor y el coraje. ¿Es ésta, acaso una demanda irracional?".

Tras su reciente liberación, cuando un periodista le preguntó si no se arrepentía del alto precio que había tenido que pagar, Aung San Suu Kyi respondió algo ofendida:

"Muchísima gente en mi país ha sufrido más que yo, mucho más".

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